David C. Robinson N

Tomado de la Antología centroamericana de minificción Tierra Firme.
Índole Editores. 2016.

Esa mirada 

No pude evitar que mi hijo mayor asesinara a su hermano menor. ¡Y todo por una broma! Una tonta y terrible broma. Una estúpida broma que se me ocurrió hacerles a mis hijos. Los veía tan afanados en sus labores. Me sentía tan abandonado por ellos. Se tomaron demasiado en serio eso de con el sudor de tu frente comerás el pan. Ya no jugaban conmigo a ponerles nombres a los animales de los campos y a las aves del cielo. Así que se me ocurrió soltar las ovejas de uno en el trigal del otro. Y lo que comenzó con una mata de trigo masticada, terminó con que me quedé sin mis dos hijos mayores. Mi pobre hijo asesinado sin tener idea del porqué de su muerte. Y mi hijo mayor, mi siempre enojado hijo mayor, quedó marcado para siempre. Mi mujer tomó un tizón ardiente y con él le quemó la frente. Y todo por culpa de mi torpe humor. Luego, ella ataría cabos y los ató muy bien y concluyó, correctamente, quien había sido el responsable de la tragedia. Me condenó con esa mirada, esa mirada de decepción, de ira agotada por el dolor, esa misma mirada que ya me había lanzado el día que nos expulsaron del jardín. La que me lanzó después de la burla que le hice con el árbol prohibido. Con esa mirada sé que me preguntó desde su corazón, desde su corazón sitiado por los malos recuerdos, con su mirada me preguntó: ¿Y ahora también me vas a volver culpar a mí?


Un error en el diseño


No fue un asteroide. Tampoco una sequía y su respectiva hambruna. Fue un error en el diseño. Los saurios subieron al arca de dos en dos, en parejas de macho y hembra; desde los temibles T. Rex hasta los gigantescos triceratopos. El joven que construyó el arca no tuvo mayores problemas en organizarse para acomodar, alimentar, asear, vigilar y desparasitar a tanto gigante; obviamente, tampoco tuvo problema en evitar ser comido. Nada de eso fue problema. El inconveniente fue otro. El joven armador conocía de balsas y de navegar en ríos. Poco o nada sobre cómo construir un barco para surcar los mares. ¡Y es que después de tantos días de lluvia, toda agua es un mar! ¡Y es que la clave está en que las naves marítimas surcan la mar! ¡Surcan! Pueden hacer surcos, estelas. ¡Tienen quillas! Y el joven desconocía esa tecnología. Cuando el inmenso y único mar, azuzado por cien vientos, levanto sus brazos de enormes olas, el arca, que no era barco con quilla sino balsa sin quilla, no resistió el embate y se partió en mil tablones. El joven salvó su vida gracias a que flotó en uno de esos tablones. También la que entonces era su novia y unas cuantas lagartijas. Pero ni un solo tablón resistió el peso de ni un solo dinosaurio. Y desde los temibles T. Rex hasta los gigantescos triceratopos, todos, toditos, perecieron ahogados en las aguas del gigantesco y único mar. Muchos años más tarde, cuando el joven ya no era joven, le llegaría una nueva oportunidad para reivindicarse.

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