Giovanna Benedetti

Nació en la ciudad de Panamá, en 1949. Estudió Derecho y Ciencias Políticas con especializaciones en Derecho de Autor y Derecho de la Cultura. Es también artista pictórica, escultora ceramista y diseñadora digital gráfica. Ha ganado cinco veces el Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá (1981, 1984, 1991, 2005, 2013); el Premio Internacional de Periodismo José Martí (La Habana, 1991), y el Premio Samuel Lewis Arango de Ensayo Literario (Panamá. 1997 y 1998). Fue Directora General del Archivo Nacional de Panamá y Directora de la Asesoría Cultural del Instituto Nacional de Cultura.  Su obra ha sido traducida al alemán, francés, inglés, italiano, húngaro, catalán y ruso. En 2008, la televisión venezolana TeleSur, la incluyó en su proyecto documental de “Vidas Maestras”. Formó parte del pabellón de “We-Women of the World” de la EXPO-MILAN 2015. Reside desde hace varios años en España, en villa de San Lorenzo de El Escorial.
Ha publicado los siguientes libros: La lluvia sobre el fuego (cuentos),  Editorial INAC, Panamá, 1982. Editorial Doce Calles, Aranjuez, Madrid, 2014 (Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró, 1981); El sótano dos de la Cultura (ensayos) Editorial INAC, Panamá, 1985. (Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró, 1984); La sangre de los tigres (teatro documental histórico), Archivo Nacional, Panamá, 1987; Incidente de sangre y sandía (teatro documental histórico), Archivo Nacional, Panamá, 1988; Entonces, ahora y luego (Poemario)  Editorial Mariano Arosemena, INAC, Panamá 1992 / / Doce Calles, Aranjuez, Madrid, 2014. (Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró, 1991); El camino de los andantes: Bolívar y Don Quijote (Ensayo) Editorial Rev. Cultural Lotería, Panamá, 1997; Lorca: el pentagrama poético de su infinito (ensayo) Editorial Rev. Cultural Lotería, Panamá, 1998; Entrada abierta a la mansión cerrada (Poemario) Editorial Mariano Arosemena, INAC 2006. (Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró, 2005); Música para las fieras (poemario), Editorial Mariano Arosemena, INAC, Panamá, 2014. (Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró, 2013); Blaise Cendrars y Panamá como aventura poética (ensayo). Tramagrama Digital, 2014; La globalización de la educación y el fin de la historia (Ensayo) Tramagrama Digital, 2014 y Balada de frutas maduras / The Ballad of Ripe Fruits (relato) The Novel of the World, EXPOMILAN 2015. Fondazione Mondadori /We Women of the World, 2015.


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Música para las fieras

Editorial Mariano Arosemena, INAC, Panamá, 2014.


Poema en quince cantos.

I
De estas épocas apenas reveladas
se dirá que no había acuerdo entre nosotros, los insomnes.
Que cada quien vivía el pronóstico del día sobre la víspera;
que pasábamos de la noche al cuerpo, sin ser vistos;
que nos ganaba la costumbre de esperar la lejanía
y que flotábamos como objetos no asidos a la tierra
con el eterno resplandor de una mente sin recuerdos.

Se creerá que simulábamos fantásticas criaturas 
navegando por imágenes de estuarios y ballenas.
Que propiciábamos demonios
que nos hacían perder el sueño
dando ascenso a las tertulias vagabundas de la aurora. 
Y que no obstante despertábamos, de pie e hipnotizados
sin que nadie nos diera palmaditas en la frente;
recortando calendarios, papeles y fotografías
para poder saciar la sed que daba de beber
a nuestras lágrimas.

Pensarán que inventábamos países de juguetería
calcando en relieve mapas de territorios prohibidos.
Que redondeábamos los riscos de coral, los farallones
con crípticas arboladuras, por imposibles dominios.
Y se nos hará lucir las galas de los amantes vencidos
acusados de una suerte de incoherencia delictiva:
de hacernos guiños falsos en la paradoja del olvido
atrapando las caricias subitáneas del desvelo
que se caen de su estatura
y no se quiebran.

Y se hablará
de encantamientos: que hubo pacto, maleficio.
Que traíamos ya indispuestas las líneas de las manos
y una cartilla de deudas en expansión perpetua.
Que nos habíamos hecho prófugos
de nuestras pobres narrativas
fermentando como espuma la fatiga de los vientos.
Y que atrapados como estábamos
entre el río y su turbulencia
discurríamos hacia arriba, alrededor, sin punto fijo:
(como esas necias crónicas viajeras del paisaje
que se acercan por detrás huyendo de los riesgos).
……

V
La memoria es una lenta caravana de consignas.
Una mano extendida que separa las aguas.
Una trampilla de paso. Una ficción del cántaro.
Una caja de reliquias que sobrevive al cálculo.
Una opinión que afina la velocidad de la mirada.
Una noria que da vueltas undívaga y portátil.
Un barco que se desliza por un mar de abecedarios
sobre esa incertidumbre fraticida del olvido
donde ya no coinciden ni los días ni las palabras;
y los sucesos se depuran de la sal en sus cornisas
y los héroes se desploman y caen sobre sus astas
tumbados a banderillazos o envejecidos de súbito.

De largo sopla el viento que convida a los halcones
brincando entre la espiga y la bulla sofocante;
sin planos, ni portulanos, ni folios, ni recetarios
desahogando los naufragios rescatados de las olas
que confunden la ilusión de cal y canto de las piedras
con la tibieza protectora de una lumbre bien servida
porque la piel de los verdugos no se quema.
                         Sencilla metalurgia del infierno:
martillar a yunque plano la fatiga de la carne
y herrar la fragua dócil que ya no tiene aliento.


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Cuando venga Colón a descubrirnos


Del poemario Entonces, ahora y luego
 Premio Nacional de Literatura de Panamá, 1991. Ed. INAC 1992)


Hoy me siento a caminar el fin de siglo
todo lleno de invasiones, encuentros y quintos centenarios
—y de golpe me pregunto:
¿Vendrá en verdad Colón a descubrirnos?
¿O serán los vikingos quienes primero lleguen?
¿O quizás nos enviarán los irlandeses
(los Tuatha de Danaan), o el Santo Borondón
y al mismo Ossián desde sus islas Shetland?
(¿Y la hechicera Fand les acompañará en el viaje?)
¿O serán los nestorianos, cristianos
sectaristas, quienes lleguen antes con el Preste Juan?
¿O qué tal si nos descubren los fenicios, o los chinos
o las doce tribus perdidas de Israel?
¿O habrán de ser a lo mejor los caballeros del Temple,
quienes saldrán de Normandía a buscar aquí el perdido Grail?
Todo tiempo es ahora. Cualquier lugar es este.
(o puede ser)
O como ha dicho en un poema Borges:
«El presente está solo. La memoria erige el tiempo.
Sucesión y engaño es la rutina del reloj.»
(o puede ser)
¡Quién sabe!

Lo cierto es que Filolao y los pitagóricos cosmógrafos creían
en la existencia de una «Contra tierra».
—Y yo me digo:
¿Estaremos aquí viviendo en ella?
¿Será esta última isla, como dice
Heródoto (el país de allende las columnas
de Heracles) el hogar de la tétrica región
de las cosas que ya no son?
¿O seremos, acaso, la Atlántida fabulosa (de la que
hablaba Platón) y nos hundiremos en el cataclismo
antes de que nos descubran?
En los Vedas está dicho que esto aquí es el Pâtâla: las
antípodas de Lanka.
Cuentan los Purânas que queda allí Pushkara, y que en
su ombligo está el Meru, la Mansión
(montaña/abismo) de los Inmortales.

¿Habrá entonces de venir a estos submundos Arjuna,
príncipe del Mahâbarata 
(y no por aire ni por mar, sino por las entrañas)
atravesando la esfera bajo tierra, por los caminos
serpentinos de las nagas y los devas?

Y cuando llegue aquí el sublime interlocutor de Krishna,
¿casará, como está escrito, con la hermosísima Ulupi,
doncella hija del Nargal de los Olmecas?
Hoy me siento a caminar el fin de siglo
y me imagino que no viene Colón a descubrirnos...
¿qué dirá de sí mismo el esotérico almirante
y qué habrá de la famosa profecía de Medea?

Si Colón no viene a descubrirnos...
¿qué será de la cristiana España; que harán los
celtibéricos reinos de sus majestades católicas?
¿Adónde irán los navegantes de Isabel y de Fernando
cuando se  embarquen en sus carabelas?
¿Descubrirán tal vez  Australia?
(¿O viceversa?)
¿O cristianizarán toda la China y el Celeste Imperio?
(¿O viceversa?)
¿Rescatarán, por fin, la Tierra Santa?
(¿O viceversa?)
¿Y aquí entre nosotros?
 ¿Qué será si no viene Colón a desscubrirnos?
Aquí entre nosostros arde el agua seca
y humea el espejo rojo del Tezcatlipoca.

Aquí entre nosostros vive Amaru
la eterna serpiente del movimiento inmóvil
y como tiene dos cabezas
nadie sabe en realidad si viene o va.

Cuando venga, por fin, Colón a descubrirnos
(si es que no llegan antes los vikingos)
y descubranos entonces
que el almirante y sus cristianos…
¡han llegado a Catay!
yo volveré a sentarme a caminar el fin de siglo
todo lleno de invasiones, encuentros y quintos centenarios.


Génesis de Abya Yala

El nombre de América, aplicado a nuestro continente es reciente… En el idioma de la nación Dule,
se le conoce y se le seguirá conociendo por su verdadero nombre: Abya Yala.
Aristeides Turpana

Madre y padre piedra: continente.
Hermano del silencio,  hijo del río.
Compañero de sombra, escucha:
en el principio era el mar lento como el abismo.
Entonces fue la noche y vino el verbo
y hablaron en sus sueños las palabras: 
¡Sea esta tierra dulce como la piel de caña! 
Y fue Abya Yala la de la vulva de agua y volcanes como pechos
(primer día).
Creció Abya Yala inmensa desde su árbol florido. 
El sol volcó su espuma  y engendró entre sus playas 
muchedumbres de orquídeas.
Y fue su concha viva / viva fuente / ombligo primigenio
y hubo luna menguante
(día segundo). 
Y dijo el Huracán: 
¡Reviente el firmamento y haya tormenta 
y caiga el aguacero y hierva el continente 
de lagartos, de iguanas  y de grillos; 
y sean sus bestias tantas como estrellas!
Y así fue. 
Cayó la lluvia a flechas sobre las sementeras
y zumbaron en las miasmas las libélulas,
 las ranas, los zancudos.
Y hubo en los cardinales trópicos y nieves
y desiertos y pampas y arco iris
(día tercero). 
¡Hágase el jaguar  —dijo la luz—  y se hicieron las selvas. 
¡Sea el relámpago la lengua de los valles! 
y surgió la anaconda como un río. 
¡Vuele hacia el amanecer el cóndor y sean sus alas nubes! 
Y alzáronse los Andes hasta el cielo. 
¡Vénganos un dios!   —gritó la sangre—
y fue el pájaro quetzal, libre y altivo.
Y hubo en los altiplanos pedernal de fuego nuevo 
y serpientes emplumadas
(cuarto día).

El Corazón de la Montaña habló sobre las serranías:
 ¡Que sea el maíz el polvo de mi carne; 
que broten de su espiga los murmullos 
y de sus granos el hueso y la simiente!

Y conmoviéronse los péndulos en sus callosidades
y salieron los pellejos de las grietas
y hubo en sus alfabetos sangre coagulada
y fueron sus cenizas  macho y hembra.
(quinto día).
Ciñéronse sus lomos los hijos del follaje. 
Milenios de cal y canto guardaron sus madreperlas 
y del hueco de las sombras hicieron sus paisajes. 
¡No prevalecerá otro nombre en mi conciencia
ni quedará en tus huellas piedra sobre piedra! 
Dijeron, en sus ruinas, las tinieblas.
Y fue Abya Yala territorio enigma.
Término de Oriente y de Occidente. 
Y quedaron sus arcanos sellados para siempre
(sexto día).

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Pasadizo inalcanzable

Del poemario Entrada abierta a la mansión cerrada.
Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá, 2005. Editorial Mariano Arosemena, INAC, Panamá, 2006

Estrecho corredor que me persigues
hombro con hombro, huyendo siempre.
Hábito de soledad, prisión perfecta
entre un muro de cristal y otro de hierro.

Acecho a pie ligero y sin embargo lento
recurrente, preciso, intransigente y plano:
fijo como la gota que cae
(que no se agota...)
y que de tanto caer
abre una fosa

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Un olor a violetas
Del libro La lluvia sobre el fuego. Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá, 1981.
Editorial INAC, Panamá, 1982

Hay cosas inocentes y lugares ingenuos y gente que no sabe —por ejemplo— que el toque de una puerta en una casa cualquiera una mañana de enero, arrastrando el cansancio del sol al mediodía por la última cuadra del barrio hasta la esquina; y el rostro trasnochado de una mujer morena que te abre entre la música y el humo; y tú que la miras y que piensas: no, esta no pega, olvidando que es precisamente aquello: las cosas inocentes (el libro que llevas bajo el brazo y que ella mira) y los lugares ingenuos (la última cuadra del barrio que casi no visitas) lo que está de pronto allí, frente a esa puerta, inaugurando en tu rutina un suceso extraordinario.
Entras.
(Primer suceso extraño)
Te ha dejado pasar a la casa después del buenos-días-señora, así sin más confiadamente; y te acomodas en la sala, el maletín sobre las piernas, el libro entre las manos; y la música en su ritmo va ocupándote el cerebro desde el fondo de otra pieza: rock, seguramente, rock del bueno; suena a tiempos lejanos a Rolling Stones, Mick Jagger, como vidrios que se quiebran en el medio de un estruendo.
Ella canturrea melosamente el tema: Ruby Tuesday, el ritmo absorbiéndole los gestos, y te dice que la sigas hasta el cuarto desde donde sale la música; una salita luminosa -y a qué viene la confianza, te preguntas– pero entras y te sientas comprobando que la pieza huele a talco de violetas (¿o es ella?). Inútil distinguirlo, piensas, porque ahí mismo el perfume se te cuela en la mente entre el verde de las plantas, las paredes desnudas, los Rolling Stones, el humo, los primeros minutos de la tarde y, cuando sales, cuando estás ya en la calle nuevamente, el olor, a violetas te acompaña el recuerdo.
(Segundo hecho extraordinario)
Los sonidos del rock. Jagger.
El ritmo disparejo derrumbando el silencio y la voz de ella que sube desde el fondo de un murmullo, entretenida por tu oferta, te pregunta por el libro que tienes en la mano, un libro erótico, procaz, bastante fuerte; lo empieza a hojear sin verte ovillándose en la alfombra y entonces se lo pides aclarando que es ajeno: "está agotado, sabe?", le dices enseñándole el catálogo; el sistema del club, le explicas, sólo tiene que escoger otro libro cualquiera; pero no, ella quiere ese, ahora, y la risa se le esfuma en la mirada desafiante.
"Usted perdone, señora", pero insiste y bueno, se lo dejas, ya arreglarás después las cuentas en la empresa; lo importante, te dices, es que la sonrisa ha vuelto agradecida por encima del perfume de violetas.
Tienes que cobrarle la inscripción. Cuestión de mecanismos, señora, poca cosa. "Como no", y se levanta, Ruby Tuesday en los labios; antes de salir te dice que vuelve en un minuto, que no te vayas, que la esperes; y tú le sigues el cuerpo mentalmente y te das cuenta ahora, cuando estás ya en media calle, que a dónde hubieses querido ir que no fuese alrededor de allí mismo, de esa elasticidad y de esa piel que veías casi dispuesta, que imaginas detrás de la lectura del libro que le dejas.
–¿Sabe usted una cosa?– te comenta regresando en el minuto prometido –así no siente una la mirada inquisidora del librero en las tiendas ¿usted me entiende? La ven a una como cómplice de sus malos pensamientos.
“Sí señora, gracias.”
Su candidez te asombra. Parece como si quisiera meterse al mundo sin permiso. Y sin embargo, algo en su mirada te advierte una distancia en la sombra de sus ojos; algo te repite allí, junto a tu suerte, que ese cuerpo de muñeca es un lugar remoto y frío de cálculos dictados desde afuera; y que esa imagen de mujer trasnochada y ese olor a violetas y esa música de Jagger y esa cordial bienvenida y ese pelo y esa risa y esa boca, no estaban allí antes de ahora, sino que fueron llegando contigo, empezaron a existir para que tú los vivieras. Te sientes como un títere bajando la cabeza. Le sonríes y te preparas para irte; y cuando vas saliendo, el maletín en una mano, el saludo en los labios, piensas, con la última mirada, que en algún lugar de ese cuerpo de muñeca debe tener escondido el botón que ella toca para poner en escena, frente a ti, aquel tinglado.
(Tercer suceso extraño)
Ella mira el catálogo. El ceño se le frunce interesada. La ves entrar despacio hasta la duda y salir triunfante luego: "Éste", te dice con el índice en la página rosada señalando a Anaís Nin: Delta de Venus. "Me interesa, sabe, escrito por una mujer el sexo aquí debe leerse casi como una entrega".
”Anais Nin”, repite luego, y por primera vez su voz tiene el sonido de algo fresco; de alguien muy cerca de lo humano. La muñeca se esfuma tras su aplomo y eres tú quien la sigue: tú, tu piel brillante alrededor de los sentidos, manipulándote el tiempo como un robot que espera o un títere que llega y, cuando ella se levanta y va a cambiar el disco, tienes la impresión de que no es la vaga evidencia de su acecho sino tu respetuosa virilidad inmóvil, lo que baja por tu nuca acumulándote el deseo.
¿Qué pretende?
¿Qué te indican sus sucesivas sonrisas, tu presencia en esta casa aceptando su mirada; tus libros arrojados en la alfombra; su entusiasmo infantil que busca, que habla de esa manera, como si no fueras tú un extraño vendedor de libros?
¿O será precisamente por serlo?
Un extraño hombre ambulante; sencillamente opuesto a los esquemas de su mundo. De ese mundo que presiones cruzar al lado tuyo y abrirse en dos mitades sin tocarte.
Vuelves.
(Cuarto hecho extraordinario)
Tres encargos en una semana. En la empresa te preguntan qué sucede. Se dan cuenta que descuidas a los clientes y te amenazan, incluso, con asignarte a otro barrio. Pero llegas.
Ella te recibe desde lejos; la ves en la ventana de arriba, el "hola" suspendido y el saludo cordial, ahora te llama, baja y abre la puerta. Sí, estás seguro de que el libro va a gustarle: Miller; el Trópico de Cáncer, un clásico ya, le explicas; y otra vez el aroma de violetas, el rock lento como un llanto que se quiebra; y tú la sigues, igual que la primera vez hasta el fondo de la casa, el saloncito de las plantas, de la música, como antes, sólo que esta vez hay una taza de café y un cigarrillo, una distancia más corta entre tú y ella.
Te sientas a su lado en la alfombra, cerca de tus piernas. Estudias sus respuestas; como alguien que no acepta todavía el juego propuesto y la muñeca que hay en ella o el títere en tu cuerpo te manejan los actos.
No te atreves.
"Mañana", piensas, cuando estás ya en plena calle caminando como siempre el recorrido diario. La ves muda en la ventana al día siguiente peinando sus cabellos con los dedos, la melena en los hombros, lacia, negra. La llamas desde afuera pero esta vez no baja. No te ha visto, piensas y te dispones a esperarla enfrente de la entrada con el paquete de libros en la mano.
Esperas; pero entonces te confundes por el ruido de otros pasos que se acercan, de unos pasos diferentes, pasos de hombre, y tu asombro se congela en el marco de la puerta cuando el marido-novio-amante o quienquiera que es el tipo te inspecciona la confianza y te saluda cortante y tú le miras de lleno y le preguntas por ella.
La ves salir, luego, con su gracia de gestos envolventes, baja, deja la puerta abierta y la casa te succiona nuevamente la memoria; pero esta vez no hay miradas trasnochadas ni rock ni perfume de violetas, sólo el cuerpo calculado de una muñeca de caucho que te pregunta qué quieres y un marido-amante-novio que confirma tus sospechas cuando parado enfrente, vas abriendo el paquete y se lo entregas: Justine, de Sade, un libro apasionante, le dices con voz gruesa, y la máscara en su rostro o el títere en tu cuerpo se desgastan quebrando la sorpresa: "No señor, lo siento mucho, debe haber un error". Y sonriendo de repente: "¿sabes una cosa querido?, yo le pedí al joven del club una novela de misterio, como sé que a ti te gustan los fantasmas...".
Sales.
Y con el sol detrás del mar a media tarde, la vas viendo pequeña, frágil, asomándose a las cuencas vacías de una muñeca gigante, cuando el último encargo de tu horario y el aroma de un perfume de violetas se confunden otra vez, en otra casa, en otro libro, en un nuevo suceso extraordinario.

a………….b


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